En invierno el mar recupera sus fronteras
y nos pone difícil pasear por su orilla
porque vamos inclinados,
hundiéndosenos los pies
en una arena poco dura
poco pisoteada por los veraneantes.
Y nos vamos cruzando
los que se atreven a mojar sus pies
en estos gélidos días de invierno
con aquellos que vamos bien perpetrados de botas
y gruesos calcetines.
Y nos cruzamos
con personas que quizás en algún momento
ya nos hemos cruzado
e incluso puede que alguna vez
hayamos compartido
unas risas, un concierto
un entierro quizás.
Dicen que cada uno de nosotros estamos conectados siempre
a través de un máximo de seis personas
yo creo que incluso de menos hoy día...
(¡guau!)
y ahora casi me atropella un perro
y el otro me salpica (¡guau!)
porque juegan divertidos
porque ellos si que no tienen ninguna posibilidad
de pensar en un futuro odioso
en un futuro triste
en un futuro sin sentido
(voces de niños al fondo)
Siempre recuerdo aquella imagen
para explicarnos el mindfulness
de ese perrito que solo observa
al lado de su dueño
que sí anticipa los peligros
que se expone ante un futuro
del que desconfía.
Y miro al mar de nuevo
que me recuerda que va y viene
y viene y va
y que a veces está calmo.